“¡Tranfeminista! Una genealogía y cartografía transnacional de un movimiento micropolítico”
Resumen El transfeminismo es una expresión de feminismo interseccional fundada en el entendimiento de que sexismo y transfobia están interconectados y se refuerzan mutuamente, funciona como una aplicación de análisis y métodos feministas para el avance de la liberación y empoderamiento de las personas trans. En la primera década del siglo XXI, el transfeminismo se concretó como movimiento social transnacional a través de una combinación de activismo político, trabajo académico, expresión artística, y subculturas sexuales radicales. Esta red fue establecida y fortalecida a través de varias conferencias feministas académicas y activistas, en internet y otros medios digitales de comunicación, y a través de los circuitos de migración hacia y desde Europa y las Américas.
Orígenes
El término transfeminismo fue articulado por primera vez en España a finales de los años 80 durante una serie de jornadas feministas que argumentaban a favor de la inclusión de las mujeres trans en la política feminista (Fernández Garrido y Araneta 2017). Desde aquellos primeros años, el transfeminismo se ha convertido en parte de una subcultura más amplia que incluye la resistencia al capitalismo neoliberal y las medidas de austeridad; una articulación de políticas antirracistas, poscoloniales, y críticas pro-migrantes de las políticas estatales; movimientos sociales sin líderes como los indignados; y la escena de performance posporno (es decir, pos-pornografía) que se destaca por apropiar y subvertir el medio de pornografía. En los Estados Unidos, el término fue acuñado por Diana Courvant y Emi Koyama en 1992 "en el contexto de su trabajo interseccional sobre temas trans, intersex, de discapacidad y supervivencia de la violencia sexual " (Stryker y Bettcher 2016, 11). Koyama publicó su "Manifiesto transfeminista" en su página web en el 2001, y este texto fue instrumental para la expansión del transfeminismo dentro y fuera de los Estados Unidos. El manifiesto describe el transfeminismo como “un movimiento por y para mujeres trans que entienden que su liberación está intrínsecamente vinculada a la liberación de todas las mujeres y más allá” (Koyama 2003, 245). El transfeminismo en los Estados Unidos a menudo se asocia con la "tercera ola" de feminismo porque estos dos puntos de vista políticos comparten un compromiso de no priorizar ningún tema, identidad, posición, o forma de opresión, sobre otros (Currah 2016). El feminismo de tercera ola también es conocido por ser "sexo positivo" porque se opone a la vergüenza en torno al sexo, apoya prácticas sexuales no tradicionales, y defiende “actitudes positivas hacia tipos de cuerpo estigmatizados” como por ejemplo cuerpos trans o gordos (Stryker y Bettcher 2016, 12). El activismo transfeminista a menudo se desarrolla en cercana relación con la promoción de la despenalización del trabajo sexual y el empoderamiento de las trabajadoras sexuales dado que la discriminación que enfrentan las mujeres trans frecuentemente las encasilla en el trabajo sexual. Por ejemplo, en Ecuador, el transfeminismo surgió en 2002 a través de una organización de base llamada Patrulla Legal, que creó una coalición entre trabajadores sexuales trans, estudiantes de derecho, y activistas feministas y LGBT para documentar y combatir el abuso policiaco contra trabajadores sexuales trans en la ciudad de Quito. Desde un principio varios hombres trans también han sido parte de Patrulla Legal, y su integración en esta coalición aumentó significativamente la visibilidad de los personas transmasculinas dentro de la comunidad LGBT en Ecuador e instó a los activistas a incluir hombres trans en su análisis de las intersecciones de sexismo y transfobia (Garriga-López 2016).
Una de las primeras campañas activistas transfeministas en España se basó en un llamamiento para eliminar “transgénero” o “disforia de género” como categoría de diagnóstico en el campo de psiquiatría. Esta campaña para "despatologizar" las identidades trans, que se inició en 2006, fue el impulso para la formación de una red de activistas y organizaciones en toda España, con estrechos vínculos con grupos aliados en Francia e Italia (Fernández Garrido y Araneta 2017). El rechazo de la psiquiatría como una institución donde las personas trans son patologizadas y controladas condujo a la articulación de una posición anti-institucional más amplia que rechaza la política partidista y el discurso de los derechos como fuente de empoderamiento. A partir de esto, las activistas transfeministas a menudo trazan sus estrategias dentro de un marco micropolítico, uno que prioriza el activismo de base, la cultura y prácticas estéticas, así como mediaciones interpersonales o comunitarias de conflictos, en vez de clamar por intervenciones gubernamentales o reformas legales. Además, el reclamo por la autodeterminación corporal de género para que las personas trans puedan comenzar un proceso social, quirúrgico, y/o de reemplazo hormonal sin requerir diagnóstico psiquiátrico, incitó un llamado análogo para la eliminación de las intervenciones quirúrgicas que suelen ser impuestas a infantes intersexuales y niños con características de sexo ambiguo.
En el 2009 la Red por la Despatologización de las Identidades Trans del Estado Español estableció cinco objetivos centrales de organización que más tarde, en 2012, se desarrollarían en una campaña transnacional denominada “Red Internacional por la Despatologización de las Identidades Trans” (Araneta y Fernández Garrido 2016). Esta misma red también desarrolló la primera serie de eventos Octubre Trans, los cuales "crecieron de ser celebrados en sólo tres ciudades en el 2007 (París, Barcelona y Madrid) a establecer eventos en más de cincuenta ciudades con más de ochenta grupos organizados participando en el 2012” (Araneta y Fernández Garrido 2016, 36). El transfeminismo comienza en el 2009 a desarrollarse como un movimiento a su vez micropolítico y transnacional con la Conferencia Feminista celebrada en Granada, España. Durante esta conferencia las asistentes redactaron colectivamente el “Manifiesto para la Insurrección Transfeminista” el cual fue leído en voz alta al final de la conferencia y publicado simultáneamente en múltiples plataformas en línea en varios países de Europa y las Américas el 1 de enero de 2010, como un llamado de acción (Araneta y Fernández Garrido 2016). Este manifiesto representó la formalización de los principios que nacieron como parte integral de una subcultura de la post-pornografía y anticapitalista en España. Lucía Egaña y Miriam Solá describen cómo, después de esta conferencia fundamental:
“Poco a poco, el transfeminismo ha tejido una red entre grupos tanto dentro como afuera de Cataluña, trabajando a través de temas como la pornografía y el trabajo sexual; la despatologización trans; allanamiento; resistencia migrante precariedad económica, una crítica del feminismo estatal y la institucionalización del movimiento LGBT; fuentes abiertas de Software, copyleft, licencia de Creative Commons, estrategias de vigilancia y ofuscación de datos; auto-entrenamiento y educación de igual a igual que permiten más acceso a la tecnología para más tipos de personas que históricamente han sido excluidas de ellas."
Transfeminismo como epistemología
En este sentido, el transfeminismo abarca mucho más que la inclusión de las personas trans en la política feminista o su despatologización en el campo de la psiquiatría. Es una epistemología, una teoría del conocimiento y el poder, que guía una amplia gama de prácticas transfeministas. Sayak Valencia (2014), un transfeminista mexicana académica y activista, identifica cuatro líneas centrales de influencia dentro del transfeminismo como red global: los feminismos de las mujeres de color de los Estados Unidos, subculturas anticapitalistas y pos-porno de España, el movimiento global para acabar con la patologización de las personas trans e intersex, y un compromiso sostenido con el empoderamiento de migrantes y personas que viven en condiciones de pobreza o marginalización social. Esta última conexión es menos obvia pero altamente significativa porque la migración es una característica recurrente en las experiencias vividas de las trabajadoras sexuales. El trabajo investigativo de Laura Agustín demuestra que (2005) los debates feministas sobre la criminalización o la legalización del trabajo sexual a menudo están limitados por su falta de atención a la política migratoria como fuente de privación de derechos sistémicos para las trabajadoras sexuales. Cada uno de estos diferentes puntos de inflexión dentro del transfeminismo atienden a las condiciones materiales de las vidas de las personas trans y sus medios de sobrevivencia, como migrantes y trabajadoras sexuales, como minorías raciales en sus países de origen y de acogida, y como personas cuya marginalización dentro de las economías capitalistas las lleva a formar redes micropolíticas de apoyo mutuo, empoderamiento y autogestión. Este arco de desarrollo, desde un transfeminismo que se centró principalmente en la inclusión de las personas trans dentro del feminismo a un transfeminismo que se organiza en torno a una gama mucho más amplia de temas políticos, se relaciona a un esfuerzo organizado para convertir el prefijo "trans" en lo que llama una Aren Aizura una posición "anti-identitaria" (2012, 135). Otra forma de conceptualizar esta expansión de la praxis transfeminista más allá de la identidad trans es atender a el "tremendo efecto mundial de los feminismos "interseccionales" promulgados por feministas estadounidenses de color en la década de los 1980” (Stryker y Bettcher 2016, 8). Feministas de color estadounidenses de los años 80 en adelante establecieron importantes precedentes ideológicos y metodológicos para el transfeminismo. Sus escritos problematizaron la categoría “mujer” como sujeto central del feminismo, centrándose en las diferentes experiencias de raza, sexualidad y clase de las mujeres de color. Las feministas negras en particular destacaron su historia de opresión compartida con hombres negros, así como el relativo privilegio de las mujeres blancas sobre los hombres negros, para deconstruir estereotipos esencialistas que representan a las mujeres como siempre son las víctimas de los hombres. Kimberlé Crenshaw, una teórica legal y feminista negra de los Estados Unidos, elaboró el concepto de interseccionalidad en 1989 como método analítico que exige una cuidadosa atención a la interacción entre los diferentes sistemas de opresión. El transfeminismo representa una expansión y profundización del feminismo interseccional a través de una crítica de el esencialismo de género y la transfobia no reconocida dentro del feminismo mismo. Así como los escritos fundacionales de Crenshaw sobre la interseccionalidad invita a sus lectores a imaginar cómo se podría diseñar legislación contra la discriminación en más formas efectivas e integrales si las mujeres negras fueran el punto de partida de su análisis (Crenshaw 1989), Vic Muñoz, un transfeminista puertorriqueño de la diáspora, académico y activista, plantea la siguiente pregunta: “¿Qué le pasa a la pedagogía feminista [e intervenciones activistas] cuando las personas trans de color feministas nombran al mundo?” (2012, 23). En otras palabras, ¿cómo se transforma nuestro entendimiento fundamental de la sociedad cuando dedicamos nuestra atención política hacia el empoderamiento y la liberación de las personas más profundamente marginalizadas? El transfeminismo propone una política de coalición que opera bajo el supuesto de que "los cambios que serían buenos para las mujeres trans en última instancia, serán beneficiosos para todos” (Halberstam 2018).
Coaliciones y conexiones históricas
Debates polémicos sobre la exclusión de las personas trans dentro del movimiento feminista a menudo conducen a una idea errónea de que las feministas del pasado rotundamente rechazaban y excluían a las personas trans de participar en luchas feministas y que es solo recientemente que las feministas han comenzado a aceptar el liderazgo y la participación de las personas trans en el movimiento feminista. Sin embargo, una serie de estudiosos históricamente fundamentados ofrecen un análisis con más matices para entender mejor estos conflictos. Finn Enke publicó un artículo llamado "La memoria colectiva y los años 70 transfeministas” (2018) que proporciona una cuenta alternativa de varios de las controversias más destacadas de la década de 1970 sobre la exclusión trans dentro de el feminismo de segunda ola y argumenta que estas instancias revelan que varias mujeres trans ya estaban completamente integradas en organizaciones feministas destacadas durante este período. Los debates sobre la inclusión o exclusión de las personas trans dentro del praxis feminista ha sido objeto de conflicto recurrente entre diferentes grupos de feministas que no conforman la totalidad del movimiento feminista de segunda o tercera ola. Como la académica y activista transfeminista brasileña Hailey Kaas señala: "Aunque seamos capaces de etiquetar parte de el feminismo como excluyente a las personas trans, no se puede asumir por lo tanto que el resto de los feminismos están libres de reproducir el cissexismo y la transfobia” (2016, 146). En lugar de reducir nuestra comprensión de este conflicto a una vista "que a menudo dibuja una dicotomía demasiado simplista entre un feminismo transfóbico y excluyente y un feminismo trans-afirmativo e inclusivo", Susan Stryker y Talia M. Bettcher sugieren que nos concentremos en entender "el rango y la complejidad de relaciones transfeministas” (2016, 7). Para ese fin, hay un creciente cuerpo de estudios que documentan coaliciones transfeministas en otras períodos históricos y ubicaciones geográficas que surgieron independientemente de las redes transnacionales mencionadas anteriormente (Stryker y Bettcher 2016). En el 2016 TSQ: Transgender Studies Quarterly publicó un número especial titulado "Trans /Feminismos” que documentaron políticas transfeministas a través de diecisiete países, entre ellos Brasil, Ecuador, Inglaterra, Francia, Alemania, Japón, México, España y Estados Unidos. Como epistemología, el transfeminismo sirve como una lupa que identifica instancias y posibilidades para solidaridad y prácticas de coalición a través de un amplio espectro de temas políticos. Por ejemplo, la artista trans Hija de Perra sirvió como maestra de ceremonias del festival anual de mujeres chilenas llamado Femfest por más de siete años, a partir del 2007. Aunque ni ella ni las organizadoras de la conferencia se identificaban explícitamente como transfeministas durante ese tiempo, esta colaboración se basó en un entendimiento de la política compartida entre feministas cisgénero y trans en Chile. Como tal, el transfeminismo da nombre a un conjunto de principios y prácticas feministas que preceden a su articulación formal como un modo de política (Garriga-López 2016).
Publicaciones de Simon D. Elin Fisher (2016) y Enke (2018) apuntan a otra conexión histórica aún más profunda entre mujeres de color, feminismo y transfeminismo a través de la escritura de Pauli Murray (1910–1985), activista afroamericano, periodista y abogado. Murray, quien publicó bajo el seudónimo de Peter Panic, acuñó el término Jane Crow en 1944 para describir cómo “La supremacía blanca y la supremacía masculina operaron en tándem” (Fisher 2016, 101). Este concepto fue central a la formulación de las teorías y métodos de la interseccionalidad de Crenshaw y sus observaciones sobre las formas en qué sistemas de opresión racistas y sexistas operan en conjunto. El transfeminismo necesariamente atiende cuestiones de raza y etnicidad porque “La discriminación y la violencia anti-transgénero son a menudo acompañadas por discriminaciones raciales y étnicas, y por el inverso, las situaciones interpretadas como instancias de discriminación de raza y étnica a menudo también implica una vigilancia de género y fronteras sexuales” (Juang 2006, 706). Enke argumenta que "Mientras que la mayoría de los estudiosos avanzan rápidamente este concepto político a los feminismos articulados por el Combahee River Collective en los años ochentas”, la investigación de Fisher propone como podemos encontrar los orígenes de la interseccionalidad al "permanecer con Murray en las décadas de 1930 y 1940 lo suficiente para comprender su experiencia biracial y trans” (2018, 13). Haciéndose eco de Fisher, Enke describe en detalle cómo "Murray escribió mucho sobre su deseo persistente de ser conocido como hombre y estuvo desde finales de la década de 1930 hasta la década de 1940 implorando a los endocrinólogos para que le dieran tratamiento de testosterona, pero solo fue recomendado repetidamente estrogeno (2018, 13). Aunque finalmente no pudo acceder a tratamientos hormonales para su transición física, Murray es reconocible como trans en el sentido contemporáneo y fue una figura fundamental para el desarrollo del concepto de la interseccionalidad y la praxis transfeminista. Micha Cárdenas usa el término “feminismo trans de color” en sus escritos para llamar atención estas conexiones genealógicas.
Estos variados ejemplos hacen evidente que el transfeminismo no se ajusta a una sola ideología o práctica; en cambio, su dinamismo político radica en su función como epistemología contingente y específica a su contexto material. Es a la vez un modo político transnacional y micropolítico, íntimamente atado a las necesidades materiales específicas de las personas trans y también lo suficientemente flexible como para incluir luchas más amplias para la justicia social. Consistente con el origen en latín de la palabra trans, que significa “cruzar” (A. Enke 2012, 5), el transfeminismo puede considerarse como un feminismo en movimiento, un movimiento que está continuamente “transformando márgenes en centros” (López 1994, 130).
Referencias
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CLAUDIA SOFÍA GARRIGA-LÓPEZ is an assistant professor of queer and trans Latinx studies in the Department of Multicultural and Gender Studies of California State University, Chico, with a PhD in American studies from the Department of Social and Cultural Analysis of New York University. She is currently revising a book manuscript based on her dissertation, Gender for All, and serves on the editorial board for Transgender Studies Quarterly (Duke University Press) and Women's Studies Quarterly (CUNY University Press). Garriga-López conducted long-term participatory research with trans, feminist, and queer activists and artist groups in Quito, Ecuador, and has considerable work experience in community health and advocacy organizations in New York City. Her scholarship and visual art have been featured in a number of publications, including the Global Encyclopedia of Lesbian, Gay, Bisexual, Transgender, and Queer (LGBTQ) History (Charles Scribner’s Sons, 2019) and Latinas: Struggles and Protest in Twenty-First-Century USA, as well as the Social Science Research Council’s Items blog. Garriga-López is the author of “Transfeminist Crossroads: Reimagining the Ecuadorian State” published in TSQ: Transgender Studies Quarterly (2016), and is also one of the coeditors for the “Trans Studies en las Américas” issue of TSQ (2019). Her scholarly work is grounded in a critical engagement with activism, public policy, and public health, as well as trans, feminist, and queer performance art and cultural production in Latin America, the Caribbean, and within people of color communities in the United States.
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